El siglo XXI ha demostrado que la humanidad no está exenta de repetir sus errores más oscuros. Lejos de los libros de historia, la amenaza de una guerra nuclear ha vuelto a instalarse en la conversación global, empujada por tensiones crecientes entre potencias armamentistas, discursos belicistas y una carrera tecnológica militar sin freno.
Lo que antes parecía improbable, hoy se discute con frialdad en círculos de poder: ¿qué pasaría si un conflicto regional escala más allá de su control? Las tensiones entre la OTAN y Rusia, la creciente confrontación entre China y Estados Unidos por Taiwán, y la inestabilidad en Oriente Medio —con amenazas explícitas de uso nuclear por parte de algunos líderes— hacen que la probabilidad de un error de cálculo crezca peligrosamente.
La comunidad científica y académica ha alertado que incluso un intercambio nuclear limitado provocaría un invierno global, afectando la producción de alimentos, alterando ecosistemas y colapsando economías. Pero más allá del desastre inmediato, una guerra de esta magnitud significaría el colapso del orden internacional que hemos conocido desde 1945.
Lo más alarmante es que la mayoría de las naciones no están preparadas ni en términos logísticos ni institucionales para enfrentar una escalada nuclear. Los sistemas de gobernanza multilateral, como la ONU, muestran señales de desgaste, y los mecanismos de contención —como los tratados de no proliferación— están siendo debilitados por intereses geopolíticos inmediatos.
Desde la RIEG, hacemos un llamado a revalorar la política como vía para la solución pacífica de los conflictos. Urge retomar la diplomacia multilateral, reforzar los acuerdos internacionales y promover una cultura de paz. La gobernanza global no puede seguir siendo rehén de los juegos de poder entre unos pocos. Hoy más que nunca, el mundo necesita instituciones fuertes, liderazgos responsables y ciudadanos críticos ante las decisiones que pueden poner en riesgo la supervivencia de toda la especie humana.